La Obra

“Hace algunos años (la última parte de mi niñez y primera etapa de mi adolescencia) la literatura de Edgar Allan Poe me conmovió profundamente; Generaba en mí imágenes, estados de ánimo, sonidos; hacía que me traslade al cuento mismo, sintiendo en primera persona las terribles experiencias de los personajes que se desenvolvían entre tormentos, desencantos amorosos y oscuridad de toda índole.
Al haber iniciado (en esa misma época) mis estudios de música, sentí un nexo inquebrantable entre ésta y las palabras escritas por el autor; el mismo nexo que unía estos dos elementos, lo hacía, también, con un tercero: un amplio mundo visual.
Particularmente un cuento llamaba mi atención: “La Máscara de la Muerte Roja”, un brevísimo relato que transcurría en un país sin nombre, en una época desconocida, donde un príncipe (Próspero) hacía uso y abuso de su poder sobre sus súbditos, dejando desamparado al pueblo que debía proteger, y entregándose al hedonismo en su más oscura expresión.
Inmediatamente dos símbolos se manifestaron en forma clara, como referencias ineludibles a la hora de la interpretación de la historia: Por un lado el Tiempo, implacable regente de la vida y la muerte en la Tierra, que ejerce su autoridad sobre todos nosotros, reyes o esclavos.
Por otra parte, las Máscaras: ¿Quiénes somos realmente? ¿Tenemos el valor de ver profundamente dentro de nosotros, mirarnos a los ojos y responder al llamado de nuestras necesidades reales? ¿En qué basamos nuestras acciones, sino en la desesperada búsqueda de ser aceptados y amados, incluso protegidos por nuestro entorno? ¡Cuánto tiempo dedicamos a construir una sólida máscara con la imagen que el mundo espera ver! ¿Y si diésemos rienda suelta a nuestras pasiones más oscuras? Dentro de cada uno de nosotros habita un Monstruo terrible, capaz de las peores atrocidades, pero sólo algunos lo aceptan. Algunos señalan el peligro que acecha “afuera”, desconociendo (o deseando no conocer) la naturaleza morbosa de algunas de sus acciones, directas o indirectas, mientras que otros las viven intensamente en carne propia, como victimarios o víctimas, convirtiéndose en receptores de la oscuridad no asumida de la gran mayoría.
¿Existiría un príncipe Próspero (aunque la analogía también es válida para cualquier líder o dirigente) sin un pueblo sumiso y sometido, que “coloca” el poder en manos de un tirano?
Edgar Allan Poe fue un canal para que las oscuras aguas del inconsciente lleguen a todos nosotros, navegantes en busca de “algo más allá de lo tangible”, seres que anhelan experiencias extremas y no temen expresarlo y todo aquel que sea consciente de la existencia de ese terrible Monstruo tenga el valor de aceptarlo e incluso amarlo.”


Sebastián Legovich